domingo, 13 de mayo de 2007

Cuando la muerte nos visita...otra vez

Creo que he probado la amargura de la muerte muchas veces en muy corto tiempo. Devolviéndome en mis recuerdos, desde muy temprana edad he vivido lo que es perder una figura importante. Hace 16 años murieron tres de mis abuelos. Apenas aprendía a leer cuando ya tenía que empezar a escribir la historia triste a la que todos estamos expuestos. No comprendía muy bien el dolor, el lamento, las lágrimas que me rodeaban en esos momentos de angustia pero poco a poco empecé a adaptarme a la mezcla de sentimientos y reacciones que se respiran en el aire funerario. Si se pudiera escoger, no les recomiendo el curso intensivo; 1991: 3 muertes, 3 velas, 3 funerales. Sin duda un año oscuro.

Luego vino un período de gracia, tal vez lo suficientemente extenso para asimilar y comprender lo que había pasado. Otra vez la muerte visitó mi familia, el punto de reencuentro era mi casa y nuevamente en un momento crítico en mi desarrollo: iniciaba estudios de secundaria. Es difícil de explicar cuando no se ha sufrido en carne propia, pero perder un abuelo o una abuela dista mucho de perder un padre, y aún más en mi caso, donde a pesar de visitar a los viejitos casi todos los fines de semana, había convivido poco con ellos pues no tenía la edad necesaria para atesorar esos momentos que hoy lamento no haber aprovechado. Mi papá estuvo enfermo aproximadamente un mes antes de partir de este mundo. Estaba viviendo el dolor más grande en mi corta existencia, algo desgarrador que cambia todo para cualquiera. Dentro de muchas lágrimas el consuelo lo encontré en la satisfacción de ser un buen hijo, en tener la posibilidad de despedirme de él en el mismo día que murió y en que gracias a Dios no sufrió lo peor que le podía ofrecer su padecimiento. El año era 1996.

Después de algo así uno cree que está listo para todo y no puedo negar que ese sufrimiento ayudó a forjar mi carácter, ayudó a formar al hombre que soy actualmente. Sentía que podía recibir cualquier golpe y seguir adelante, y comprendía mejor como según mi criterio se deben enfrentar estas situaciones. Luego vino el turno de mi bisabuelo, una persona dura en todo el sentido de la palabra. Lo conocía pero muy poco. Su partida no me pegó como si lo había sentido no mucho tiempo antes. ¿Acaso se puede adquirir una especie de inmunidad ante este tipo de pérdidas? ¿El corazón de tanto sufrir se endurece? Las respuestas vinieron después.

El año pasado perdí un amigo muy especial. Recuerdo que pasé la noche en su casa después del baile de graduación para evitar problemas con mi mamá y que pocos meses después de recibir el título de bachiller partió para Cuba a estudiar. Antes de su muerte repentina recibí un e-mail en donde me decía que andaba por aquí y que deseaba verme para recordar viejos tiempos y ponernos al día con nuestras vidas. La reunión nunca se dio. Con su partida sentí como el dolor resquebrajaba de mi corazón ese recubrimiento de piedra que creía tener por lo que había sufrido, y solo así podía suceder: el dolor destruyendo su propia creación.

Ahora nuevamente la muerte me visita y esta vez se trata de un tío, el primero que se va. El dolor desgarrador reaparece como algo que persigue y alcanza aunque trate de correr. Hoy más que nunca lo entiendo, la muerte nos visita y lo hará de nuevo. No existe tal cosa como la inmunidad a la tristeza y al dolor ante la muerte, no existe solidificación de piedra alrededor del corazón. Existe el sufrimiento, pero también existe la fe y la esperanza de que algún día y en algún lugar nos reuniremos para no tener que despedirnos, para no tener que decir adiós, para no tener que llorar por una partida.

lunes, 7 de mayo de 2007

Hace un año...

Hace un año en la noche del sábado 6 de mayo del 2006, una amiga me envió una serie de mensajes sms desde una fiesta de cumpleaños a la que había ido porque otra amiga suya la había invitado. Me escribió: “Acá estoy con tu amor”. Con razones obvias dudé, y seguí enviando mensajes. Días atrás habíamos hablado de esa amiga, de lo especial que era y de lo parecidos que éramos en la forma de ser, como si quisiera tomar el lugar de Cupido. Después de un rato opté por llamarla cansado de estar enviando mensajes sin éxito en la recepción. Hablamos por unos pocos minutos y luego decidió, sin consultarme antes, pasar el celular a su amiga para que intercambiáramos palabras. Esa fue la primera vez que escuché su voz.

Lo que vino después solo tiene explicación en la creencia del destino, en la creencia de que las cosas tienen que suceder porque tienen que suceder, en que todos tenemos un camino disponible donde decidimos seguirlo o dejarlo. En estar en el momento y en el espacio indicado, con lo necesario para que fluya lo mágico y Cupido pueda hacer su trabajo.

Hace un año mi vida cambió, y cambió para bien.

martes, 1 de mayo de 2007

La Lingua Italiana

Desde hace un tiempo estoy interesado en este idioma, me agrada al oído y me agrada lo que implica: Italia es un país muy rico histórica y culturalmente, creo que por ahí nace mi motivación para llegar a aprender esta fascinante lengua.

Además cuento con un par de amigos con los que me gustaría interaccionar parlando l'italiano. También agradezco a mi novia por el empujón que me dió pues el pasado 9 de marzo me invitó al Teatro Popular Melico Salazar a apreciar la famosisíma ópera buffa de Gioacchino Rossini Il Barbiere di Siviglia. Al finalizar el espectáculo salí con una sonrisa de oreja a oreja y con mayor decisión para aprender un po'italiano.

Para mi beneficio este 1er semestre del año cuento con el tiempo y el espacio necesario como para ampliar mis conocimientos en otras áreas. Consecuentemente decidí, sin pensarlo dos veces, matricular en L'Istituto di Lingua Italiana (ubicado en Barrio Don Bosco por si les interesa). Eso fue ya hace casi dos meses, ahora estoy por finalizar el 1er nivel y estoy satisfecho con el avance que he tenido en el aprendizaje.

Sin duda el interés y la motivación me han ayudado a navegar con facilidad por las lecciones que en los últimos sábados me han hecho perder horas de sueño, y no menos importante, me han apartado de las actividades nocturnas de los viernes! Aún así el idioma captura mi atención de tal manera que ni pienso en eso, simplemente voy a clases con piacere siendo el mejor alumno de mi clase (modestia aparte).

¿Por qué soy saprissista?

¿Por qué soy saprissista? Porque mi papá me llevó al estadio hace 19 años, me compró un uniforme y me enseñó lo grandioso de ser un seguidor de este glorioso equipo. Me acuerdo como si fuera ayer, aquel gordito con un uniforme blanco con morado jugando con una bola de "gajos" de colores que combinaban con su orgullosa camisa. ¡Ése era yo!
Lo demás vino por sí solo. Crecí y aprendí a apreciar lo que veía en la cancha, era el nacimiento de un fanático más, un seguidor de esos incondicionales, que nunca cambiarían sus colores aunque su vida dependiera de ello. Los triunfos, los logros y el sabor de la victoria alimentaron mi afinidad por el Saprissa. Sin duda había tomado la decisión correcta, algo de lo que nunca me arrepentiría.

Hoy, al hacer un recuento de mi vida como saprissista las memorias afloran. He reído, gritado y llorado de la alegría pero también he sufrido, he perdido el apetito, me ha cambiado el humor...

Eso es ser saprissista, vivir con pasión algo que para unos es solo un juego.